“Al hablar de hambre emocional, tenemos que diferenciarlo del fisiológico”, comenzó la especialista y detalló que este se da “cuando nuestro cuerpo pide alimentos porque necesita nutrientes. En cambio, el hambre emocional se da en la ausencia de esa necesidad”.

“Uno cuando tiene hambre emocional no busca verduras, sino que busca ciertos alimentos específicos que suelen ser densos en calorías y ricos en grasas, sal y azúcar, por lo que son muy recompensaste para nuestro cerebro. El hambre emocional se relaciona a comer estos alimentos en respuesta a ciertos estados emocionales y buscan aminorar el estado de malestar”, afirmó Fernández.

Del mismo modo, enfatizó en que es necesario “evidenciar cuando esta situación se vuelve un problema. Si es en ocasiones aisladas y se puede controlar, no es alarmante. Pero si se vuelve una situación de consumo que no puedo parar, necesito poner el foco y trabajar en cómo intervenir. Recomendamos trabajar tanto con nutricionistas como psicólogos”. 

Por último, explicó el accionar de los especialistas ante estos casos; “Es difícil diferenciar cuando uno come por antojo o por un estado emocional, lo importante es trabajarlo con un profesional, quienes registramos y hacemos consciente el patrón alimentario que uno desarrolla. Lo primero es buscar el patrón del consumo y encontrar que emoción está motivando ese patrón”.